Aunque pueda parecer extraño, mi héroe de la infancia era, y bueno, he de confesar que lo sigue siendo, el personaje ficticio Peter Pan. Todos o al menos la gran mayoría hemos leído la historia de Peter Pan, el “eterno niño”. Pero por si acaso alguno no ha tenido la suerte de coincidir con él en la infancia o en cualquier otro momento, resumiré brevemente a este peculiar personaje.
Peter es un muchacho de lo más afortunado: vive en su propio mundo fantástico, Nunca Jamás, el cual cuenta con cantidad de maravillosos seres como piratas, sirenas, indios, hadas…; allí corre maravillosas aventuras en compañía de los niños perdidos, que al igual que él nunca crecen; su vida carece de preocupaciones; y, por supuesto, puede volar. ¿Quién no ha soñado con eso alguna vez?
Recuerdo cuando hace ya unos cuantos años veía una y otra vez su película y cada una de ellas despertaba más mi imaginación, a veces demasiado. Al fin y al cabo es una mera invención de un buen escritor, ¿no? Es cierto que nadie puede evitar crecer, madurar y hacerse mayor, y todo lo que ello conlleva, tanto bueno como malo. Pero en el fondo, y dejando hadas y piratas a un lado, todos hubiéramos deseado una infancia tan fácil y llena de felicidad como la suya.
En definitiva, Peter Pan es mi héroe porque creo que a pesar de ser sólo el original protagonista de un cuento para niños, todos, pequeños y no tan pequeños, deberíamos mantener su espíritu. Ese espíritu aventurero, extrovertido, despreocupado… Ese espíritu de niño, que hace que la vida adulta sea un poquito menos aburrida, complicada y monótona.
Paula Gallego Vicente, 1º B
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